ZAPOPAN, Jalisco. 09 de febrero de 2023.- Cuando, animada por la UP Guadalajara, decidí emprender la aventura de estudiar un doctorado en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad Autónoma de Madrid, difícilmente podía imaginar los grandes retos a los que me enfrentaría. Al fin y al cabo –pensaba—“solo” se trataría de volver a estudiar (algo que siempre me ha gustado); y hacerlo, además, en mi ciudad natal. Nacida y criada en España, nunca había estudiado en institución española (mi carrera universitaria la cursé en Estado Unidos), por lo cual esta oportunidad me hacía, además, una especial ilusión. La idea era pasar un año en Madrid y luego completar los estudios a distancia, con viajes ocasionales a España desde México. El objetivo académico: analizar el impacto del discurso populista sobre la relación bilateral entre México y Estados Unidos.
Mudanza familiar y la irrupción de la pandemia
Mi experiencia fue única y diferente en varios sentidos. Un doctorado es un proyecto complejo, desafiante, solitario, que pone a prueba la constancia, resiliencia, dedicación y estabilidad de todo aquel que lo emprende. Además, en mi caso, los retos familiares provocados por los traslados entre Guadalajara y Madrid, y la irrupción de la pandemia COVID19, agregaron la sal y la pimienta a un proyecto extraordinario y enriquecedor. Algo que difícilmente habría logrado sin el incondicional apoyo de la UP y de mi marido e hijos.
Por un lado, la UP me brindó una beca de estudios, así como la excedencia temporal de mi trabajo como profesora de tiempo completo del campus Guadalajara. Por otro lado, mi marido e hijos no solo mostraron una confianza y paciencia inagotables, sino que estuvieron dispuestos a hacer frente a grandes cambios –en su vida profesional y trayectoria escolar—con ilusión, valentía y madurez. Así pues, en verano del año 2017 los cuatro nos mudamos a Madrid por un año; un traslado que no estuvo exento de las lógicas complicaciones y ajustes, como lo son la búsqueda de una casa, la inscripción y adaptación a un nuevo colegio, y la adaptación a un ritmo de vida cotidiano en una ciudad y país diferentes.
Presencialidad en Madrid
Desde el punto de vista académico, el año de presencialidad en Madrid fue fundamental. Solo recorriendo, todas las semanas, los 30 km de tren a la Universidad Autónoma pude conocer de cerca a los profesores que conforman la Facultad de Derecho y el Departamento de Ciencias Políticas; comprender sus particulares puntos de vista, especialidades y aportaciones; caminar por el campus y recorrer su biblioteca y las aulas; y acudir a las clases de metodología de investigación y los seminarios y talleres que luego resultaron ser tan necesarios para cimentar mi investigación. Además, Madrid, centro neurálgico y punto de encuentro del quehacer político latinoamericano y europeo, con su gran oferta de conferencias en centros de investigación, universidades, fundaciones y embajadas, fue un espacio en el que pude empaparme de un tema tan coyuntural como el que estaba investigando: el populismo y la política exterior.
Pero, ante todo, los meses vividos en Madrid me permitieron desarrollar una relación de cercanía con la que sería mi vital compañera en este laborioso proyecto intelectual: mi directora de tesis, la Dra. Susanne Gratius, una reconocida académica de las Relaciones Internacionales y los Estudios Latinoamericanos en España, cuya experiencia e inteligencia fueron claves para guiarme en mi investigación. La admiración y buena relación que establecí con ella, y los intereses compartidos, no tardaron en dar paso a nuevas oportunidades de colaboración, con capítulos de libros en los que escribir, congresos a los que asistir, y grupos de investigación en los que participar.
Regreso a casa y nuevos retos
Tampoco la vuelta a México después del año de ausencia fue fácil. Tras unos meses de readaptación a Guadalajara, la pandemia COVID19 llegó a trastocar nuestras vidas una vez más, y los primeros meses de encierro hicieron francamente difícil centrarme y avanzar con la investigación. Por un lado, como todos mis colegas docentes, me vi obligada a readaptarme a las demandas de la enseñanza en línea, desafiar los límites de mis capacidades como profesora y dedicarme horas a preparar las asignaturas que impartía (ya “rodadas” después de tantos años) para hacerlas compartibles con sesiones, eternas, en línea.
Por otro lado, la incertidumbre y las dinámicas cotidianas –toda la familia trabajando desde casa—complicaron la concentración requerida para seguir el hilo de la investigación. Dicho esto, entre tantos retos, la pandemia también me brindó una enorme e inesperada ventaja: y es que con la virtualidad surgieron mayores oportunidades de participar en cursos, talles, webinars, e incluso seminarios doctorales a nivel internacional, que hasta ese momento habían requerido de nuestra presencia física.
Las reuniones remotas con Susanne y otros colegas dejaron de ser una extraña costumbre para convertirse en una rutina a la que todos nos adaptamos con naturalidad. Hasta tal punto que ya solo fue necesaria un viaje a Madrid cuando culminé el proceso con la defensa de la tesis el pasado mes de noviembre. ¡Qué momento tan pleno y disfrutando!
Aprendizaje y satisfacción
Visto en retrospectiva, el proyecto de estudios doctorales me ha brindado grandísimos aprendizajes y la enorme satisfacción de un reto personal y profesional cumplido. No cabe duda de que la constancia, el equilibrio y la pasión son ingredientes importantes para llegar a la meta. También me llena de motivación el saber que obtener el título no ha sido más que el “pistoletazo de salida” y comienzo de una nueva etapa de aprendizajes e investigación. Por ello, a la enorme alegría de haber completado el mayor proyecto profesional de mi vida se suma al profundo agradecimiento por el incondicional apoyo de mi familia y de la UP, esta magnífica casa de estudios.